Reflexión
El mensaje de Juan el Bautista era claro: el arrepentimiento no es solo una confesión verbal, sino una evidencia viva de la obra de Dios en el corazón. El "fruto digno" no es algo que producimos por nosotros mismos; es el resultado natural de la gracia divina operando en nuestra vida. Cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, nos lleva a buscar una relación renovada con Dios, lo cual inevitablemente se refleja en nuestras acciones.
Así como un árbol bueno da frutos buenos, una vida transformada por el poder del evangelio dará señales visibles de esa transformación. Esto no significa que seremos perfectos, pero sí implica que habrá una lucha constante contra el pecado, un deseo creciente de obedecer a Dios y un amor práctico hacia los demás.
Preguntémonos: ¿Estamos produciendo frutos dignos del arrepentimiento? ¿Nuestras palabras, actitudes y decisiones reflejan la gracia que hemos recibido? Recordemos que, aunque la salvación es por gracia, esta gracia no nos deja igual. Nos impulsa a vivir para la gloria de Dios.
Aplicación Práctica
- Examinemos nuestro corazón: Pidámosle al Señor que nos revele áreas donde nuestro arrepentimiento no ha sido sincero o completo.
- Vivamos en obediencia diaria: Permitamos que el evangelio transforme no solo nuestra fe, sino también nuestras obras. Consideremos cómo podemos demostrar más amor, paciencia y justicia en nuestras relaciones.
- Dependamos de la gracia: Aunque somos llamados a dar fruto, recordemos que este fruto no proviene de nosotros, sino de permanecer en Cristo, quien nos fortalece y capacita.
Oración
Señor, gracias por tu gracia que transforma nuestras vidas. Perdónanos cuando nuestro arrepentimiento ha sido superficial y nuestras acciones no han reflejado tu obra en nosotros. Enséñanos a vivir de manera que nuestras vidas produzcan frutos dignos de arrepentimiento, para que otros puedan ver tu gloria en nosotros. Haznos árboles firmes y saludables que den testimonio de tu amor y poder. En el nombre de Jesús, amén.
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